Me enorgullece mi sangre caliente. Prefiero mil veces recorrer los surcos que deja el dolor y saltar luego al éxtasis de la plenitud en menos de diez minutos, que vivir una monótona y aburrida línea recta y no sentir nada. Mi naturaleza es la profundidad, el sentido y la adrenalina recorriéndome en mi visita constante a las sensaciones intensas.
No me emociona la seguridad sino la incertidumbre, aunque en llantos desesperados reniegue de ella. Solo en la pasión he crecido, he conocido la mejor gente y he vivido a diestra y siniestra lo más inverosímil. La pasión es emocionarse, entregarse en cuerpo y alma a cualquier experiencia, latiendo, bombeando sangre, sangre caliente... de esa que se acerca al drama y a sus ingredientes. La pasión es disfrutar cualquier emoción con morbo, ¡cualquiera! Mi concentración está allí, en ese momento, haciéndome consciente de lo que vivo para poder conocerlo. No hay rutina. No hay ojos que no mire, ni genio que no detalle. No soy amiga de lo mismo sino que me excito en la diferencia y sudo con ella.
Me identifica mi sangre caliente, me diferencia del resto. Impulsa esa sangre la estela de sensualidad y diversidad de mis pensamientos, que rompen fronteras cada día. Mi pasión me hace ensayar y hasta saborear miles de posibles resultados ante cualquier situación. Sentir da la posibilidad de observar, no solo de ver. Entonces mi vida no es una línea recta de acontecimientos sucesivos, sino un carrusel de viajes dentro y fuera de mí.
Con esta sangre caliente se disfruta lo más pequeño, pero sobre todo, lo pequeño se hace grande y a veces, eso hace falta para explorar hasta donde llega la distancia entre pasión y razón. Hay que vivir con garra; es la única forma para hablar con propiedad de los actos de amor. ¡De todo el amor! ¡De cualquier amor! Si no hemos vivido con el alma abandonada a toda experiencia... ¡qué pérdida de tiempo! ¡No vivimos sino que la vida nos vive!
Besos Brujos
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